
Las flores despiertan en nosotros el instinto de protegerlas, de apreciarlas, de resguardarlas. Este mundo es demasiado feo, demasiado violento. Debe haber algo delicado que cuidar. El hacerlo es ascender sobre lo bestial e ir hacia lo refinado. Cuando ofrecemos flores en nuestro altar, estamos ofreciendo un regalo elevado. El dinero es demasiado vulgar, el alimento demasiado prosaico. Sólo las flores están sin mancillar. Al ofrecerlas, ofrecemos pureza.
La ternura de las flores despierta piedad, compasión y comprensión. Si esa belleza es delicada, tanto mejor. La vida misma es efímera. Deberíamos darnos el tiempo para apreciar la belleza en medio de la temporalidad.
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